Incómodo pero sin sospechar lo que en realidad le habÃa pasado, quiso retirar la sábana que le cubrÃa, pero solo alcanzó a revolverse torpemente sobre ella. En ese momento reparó en lo pequeño que se sentÃa y empezó a preocuparse.
Pensó en llamar a Evelin pero luego se dijo que no querÃa molestarla por, claramente, un efecto secundario del jarabe, asà que decidió levantarse por su pie y llegar al baño. Se bajó de un salto y se sorprendió al haberse apoyado en cuatro patas. La preocupación dio paso al pánico y sin querer tropezó con la bandeja y tiró el agua al suelo. A oscuras, se resbaló con el lÃquido pero atinó hacia la puerta y ¿arañó? con insistencia la puerta hasta que Evelin entró por ella y Anvil pudo escapar, apenas reconociendo sus pies.
Llegó al cuarto de baño y se coló por la puerta entreabierta. Se subió a la taza del váter y de otro salto alcanzó el lavabo. El espejo, que cubrÃa toda la pared, le esperaba.
El corazón le latÃa a dos mil por hora, atenazado por la angustia. Inspiró hondo y decidió mirarse de una vez por todas.
Y cuando lo hizo, se quedó de piedra.
Se habÃa convertido en un gato. El mago le habÃa maldecido.
Apenas podÃa creerlo. TenÃa casi el mismo tono que su piel, dorada, con mechones más oscuros, y los ojos tan violetas y brillantes como cuando era humano. ParecÃa ser el único signo que le quedaba indemne, aparte de la conciencia. HabÃa sido reducido a un animal, a un gato, a un felino de treinta centÃmetros.
—Pero aun puedo hablar—murmuró. TenÃa la misma voz—. El problema es que nadie habrá visto muchos gatos parlantes.