Aunque el dÃa no es de los mejores, Ella se sienta para escribir como deberÃa haber hecho todos los dÃas. De repente quiere tacharlo todo y volver a empezar con algo más impactante, pero decide dejarlo. El principio ideado en su cabeza es más resultón e inquietante: «y se despertó». En otras circunstancias lo habrÃa puesto, pero hoy son palabras reversibles, algo asà como ironizarse a sà misma, joderse por la ofensa y reÃrse por la ocurrencia. El pulso le tiembla cada vez que descansa la mano y sabe que esa sensación perdurará hasta quizá la noche, y siendo optimista después de comer recobrarÃa su naturaleza tocapelotas.
Al despertarse[1] lo primero que hizo fue llamarle a Él. Su voz de efectos balsámicos alivió la carga de la noche anterior casi inmediatamente, tanto que Ella no pudo más que echarse a llorar, agradecida, exhausta, de poder escucharle. Su pequeño reto se habÃa ido al traste y luego de intercambiar unas palabras con aquel chico gafapasta que derrocha amor por los cuatro puntos cardinales, se sintió bastante mejor, incluso más fuerte. Además de la autoconvicción, saber que alguien está a tu lado incondicionalmente te puede sacar de más de un apuro, sea nimio o no.
Ahora, Ella recuerda todo el dÃa desde la cama de flores, no tan cansada pero sà impaciente por descansar y sentirse bien. Cuando se acuerda su osito sonrÃe y relaja el semblante. Está muy acostumbrada a agradecer las cosas en silencio, es decir, interiormente, y dar una sensación de falsa indiferencia, pero nada está más lejos de la realidad: da las gracias dÃa tras dÃa por poder sentir eso tan indescriptible. Nunca sabrá si se trata de estabilidad, apoyo, afinidad, lealtad… Bueno, se dijo, lo llamaré amor.
[1] Es una expresión que globaliza: «después de llegar a casa, dormirse, desvelarse, dormirse, ponerse histérica, mudarse de cama y comer algo». Pura economÃa lingüÃstica.