© Rein |
Llevé una vida tranquila, hecha de viajes y dedicada a los demás; recorrà el mundo entero, y en vez de sentirme pequeño y sabio, me volvà incrédulo y arrogante. Empecé a impacientarme. QuerÃa que se hablara de mÃ, que se me recordara, asà que me encerré en mi nuevo hogar y dormà durante muchos, muchos siglos. Al despertar, supe que la hora habÃa llegado.
Volvà a la civilización y me limité a comprobar la repercusión que habÃa causado en la Historia. ¿Se hablarÃa de mà a los niños? ¿HabrÃa libros escritos contando mis viajes y mis enseñanzas? No podÃa evitar aquellos sentimientos encontrados.
Desagradable sorpresa fue ver que nada se habÃa alterado tras mi desaparición. En algún momento de las vidas de los mortales mi leyenda habÃa sido olvidada, y no tardé mucho en comprender que en realidad nunca fui algo parecido, sino un pobre hombre con la ambición desatada.
Pasaron muchas cosas después de aquello, tantas que apenas las puedo recordar. El deseo de ser inmortal se desvaneció completamente. Estaba vacÃo. Cometà el error de enamorarme varias veces, y no solo de mujeres y hombres, sino de lo que me rodeaba: el florecimiento de un bosque, el nacimiento de un niño, la sonrisa de un anciano. Todo ello relampagueaba mi mente. Aprecié esos pequeños instantes y me odié no poder recordarlos después. Mi vida habÃa dejado de tener sentido.
Asà que por primera vez en mil años, lloré. Era tanta la tristeza que sentÃa… QuerÃa volver a ser un hombre corriente. Notar el paso de los años en mi cuerpo, arrugarme, hacerme pequeño y sentirme grande por haber vivido tanto. No al revés.
Lamentarme nunca me sirvió de nada. Removà cielo y tierra hasta encontrar al hombre que me habÃa maldecido sin quererlo. Lo encontré donde la última vez, y al igual que yo, no habÃa cambiado nada. Al verme, sonrió. Esperé que me llevara de nuevo a su hogar y me borrara el tatuaje, pero no lo hizo. En su lugar me dijo que él no podrÃa deshacer nada, que debÃa encontrar lo que yo habÃa perdido. «¿Y qué he perdido?», recuerdo que le pregunté. «El tiempo» fue lo que contestó.
No me dijo cómo encontrarlo, pero me aseguró que no habÃa nada que no pudiera lograr.
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Esto es parte del prólogo de una vieja historia que algún dÃa terminaré, "El tiempo al revés"