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Hoy me apetece pegar un portazo. De esos que revientan las bisagras, de esos que te dejan en el sitio. A raíz de una muy sabia opinión que he leído sobre la autopublicación en Amazon, he estado buscando en otros blogs y en mi propio facebook todo tipo de reacciones en escritores, poetas, novelistas y como quieran llamarse. Que esa es otra: se busca tanto la especialización que las etiquetas acaban siendo ridículas. Pero vayamos punto por punto.
Amazon es una jungla, dice Miguel Ángel Moreno. El lector debe estar preparado ante el infarto que pueda provocarle el Top 100 y las recomendaciones de sus amigotes. Amigotes, sí, porque no se les puede llamar de otra manera: escritores que entran a bocajarro en tu red social y te hacen tanto spam que se te caen las bragas. Y por si esto fuera poco, tengo que soportar comentarios ridículos acerca de la naturaleza del lector estándar. Que si "la buena literatura no se vende porque el lector está anestesiado por las editoriales y la distribución en las librerías", o "la literatura ha muerto: ahora solo quedan escritoruchos del tres al cuarto que empañan una época de esplendor". Dos frases que podrían servir de excusa para pasar una tarde agradable, pero no para justificar y ocultar el ego de un escritor frustrado.
Porque muchos están así, frustrados, porque sus obras no alcanzan esas ventas explosivas. ¿Pero cómo van a hacerlo? Realmente, ¿qué esperan? Cualquier profesional debe aprender de sus errores y avanzar, joder, no patalear en el fango del victimismo y gritar: ¡la culpa la tienen los lectores, que no saben apreciar mi talento! ¡Cegatos! Y es curioso que muchos de estos escritores sigan otra clase de actitudes como lapidar a un compañero si ha cometido una falta de ortografía o tratar de superespecializarse para destacar. ¿Diagnóstico, doctor? Prepotencia crónica.
Los pucheros no atraen lectores. Es más, yo me alejaría corriendo.