Las monedas saben mucho de suerte
2:19:00
Ardían
los últimos vestigios de vida humana. Una columna de humo se irguió
por encima de sus cabezas, marcando los lugares donde se encontraban
los últimos luchadores, los que no se habían rendido al cansancio,
a la desesperanza, a un futuro mejor. Eran un puñado de cincuenta,
quizás cien personas por cada punto de luz en la negrura, y estaban
decidiendo cómo estirar su existencia apenas unas horas más.
Rayó
la aurora, y con ella, se disipó el humo delator. Cerca del polígono
industrial que antaño había pertenecido a una conocida marca de
ropa, Cassidy y los demás contemplaban el cielo, expectantes de
verlo cubrirse de manchas grises. Podían oír el rugido de los
motores envenenando el aire: estaban tan cerca de su destino que
nadie se atrevía a hablar.
—Hagamos
un círculo, vamos —dijo una voz tras ellos, proveniente de las
tiendas.
Cassidy
la ignoró. Las naves ocultaron el cielo, acaparando toda su
atención. Los primeros rayos violáceos caían sobre sus amigos y
pronto llegarían hasta ella. Pero cuando la voz volvió a hablar, la
gente obedeció y se congregó a su alrededor.
Estaba
encapuchado, y nada de él se distinguía excepto una reluciente
moneda de plata que hacía girar en su mano. Cuando estuvo a su
altura, él le dirigió una sonrisa certera, tan oscura y enigmática
como el futuro que aguardaban.
—¿Cara
o cruz, Cassidy?
«¿Cómo
sabe mi nombre?» acertó a preguntar, y casi sin darse cuenta
imaginó la salvación plasmada en un rostro de perfil. El misterioso
hombre sonrió y la moneda bailó en el aire antes de volver a sus
manos. Ya, cuando el rayo caía sobre ella y la elevaba por encima de
sus cabezas, Cassidy tragó saliva.
—Ha
salido cara... —susurró, buscando los ojos del extraño con los
suyos.
La
luz trazó brevemente sus facciones, y a Cassidy le pareció que no
eran humanas.
—Entonces,
quizás no esté todo perdido.
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Este es el relato que presenté al certamen Fantasti'cs 2011.
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