Para adentrarse en la mente de alguien hay que ser un cobarde descerebrado. Y muy valiente. Asà encabezo mis dos diarios, encargados de inmortalizar ideas, pensamientos, emociones… recuerdos. La esencia de lo humano, de lo salvajemente controlado; impregnada del olor de la dulzura, un rosa pálido al pasar la página.
Siempre lo digo: cuidado con espiar las mentes ajenas. No existe clemencia para las bestias incorpóreas.