Tumbado en el alféizar de la ventana, Sir Gato paseaba su mirada por la calle en busca de algún delicioso ratón que atrapar. Ojalá aparezca uno pronto, pensó al oÃr el trueno que precedÃa a una tormenta, aunque siempre puedo pedirle algo a la señorita Bella si no consigo ninguno. Sir Gato era un gato afortunado: vivÃa en la avenida de chalés donde se ubicaban las familias más ricas e importantes de la ciudad. Nunca pasaba hambre, y su gruesa tripa lo evidenciaba. De pelaje blanco y brillante, era tan largo como ancho y bien podÃa hacerse pasar por una alfombra persa.
De pronto, Sir Gato se tensó. Justo pasaba por allà Gato Errante, sucio, mojado y con un ratón en la boca. Al verle dejó su caza en el suelo, arriesgándose a que cualquiera le robara su premio y saltó por los tejados hasta ponerse a su altura.
—¿Qué miras, Gato Errante? ¿Tienes hambre?
—Apuesto a que no tanta como tú —respondió él, señalando su gran barriga.
Gato Errante sonrió y le mostró una hilera de dientes afilados, pero no dijo nada.
—¿Vas a comerte ese ratón? —siguió preguntando Sir Gato, relamiéndose.
—¿Es que no puedes cazar uno por ti mismo?
—Por supuesto que puedo —contestó Sir Gato, irguiéndose ofendido—. ¿Quieres probar?
—He oÃdo que cada lunes tiran un montón de comida buena en la trastienda del restaurante Balino —dijo a su vez el gato callejero—. ¿Quieres probar?
—¿Para qué me cuentas eso? —Sir Gato enarcó una ceja.
—Quiero proponerte un reto. El primero que llegue de los dos se quedará con toda la comida del restaurante.
—No pienso competir por unas ridÃculas sobras.
En realidad, Sir Gato no querÃa pelear por nada del mundo. Gato Errante poseÃa una figura estilizada, digna del mejor atleta. Las patas estaban endurecidas por la caminata diaria en busca de comida; el pecho, henchido por el juego de profundas y equilibradas respiraciones para cada momento del dÃa. Después, Sir Gato se miró a sà mismo y vio un felino gordinflón, embutido en una vida de excesos que más de una vez le habÃa procurado un buen susto. Sin embargo, él era el gato más orgulloso de toda la avenida, y Gato Errante no tuvo más que tentarle un par de veces para bajar al suelo y trazar una lÃnea de salida imaginaria.
—Sabes dónde está Balino, ¿no? —«¡Por supuesto!»—. Perfecto. A la de tres: una, dos, ¡tres!
Sir Gato no habÃa terminado de estirarse cuando Gato Errante dobló la esquina, levantando una fina capa de arena de entre los adoquines. ¡Diablos!, pensó, y echó a correr tan rápido como podÃan sus patas. Torció hacia la derecha, siguiendo los pasos de su adversario, y continuó con aquel ritmo de carrera que empujaba sus bigotes hacia atrás. Enseguida sintió cierto dolor al notar la grasa bailando de un lado para otro. Poco después tuvo que parar para recuperar el aliento. Dio largas y penosas bocanadas, apoyado en una esquina. El corazón le iba a dos mil por hora y temÃa que se le saliera del pecho. Además, el veterinario le habÃa dicho que nada de sobresaltos o podrÃa fallarle. Un escalofrÃo le puso los pelos de punta, y las primeras gotas de tormenta amenazaron con estropearle el pelaje. ¡PodÃa morirse! ¡Y todo por aquella estúpida carrera! ¿Acaso él necesitaba comida basura para vivir? No, desde luego que no; esa era la tarea de los callejeros como Gato Errante.
Cuando recuperó la energÃa, Sir Gato tiró la toalla y se giró en sus pasos para volver a casa. No querÃa morir por una ridÃcula apuesta. Era injusto para él, porque no estaba en las mismas condiciones que su adversario. ¡Ah, sÃ! ¡De estar igual de bien, nada me habrÃa parado! De nuevo en casa, Sir Gato dio un salto y se tumbó en su querido alféizar, que aún no habÃa sido alcanzado por la lluvia. ¡Esa era su vida! Tranquilidad, placer y vaguerÃa. El sobrepeso era solo un efecto secundario de llevar una vida tan buena, algo con lo que podÃa vivir sin avergonzarse. Si nadie le habÃa mirado mal en el vecindario, ¿por qué iban a preocuparle las palabras de un gato callejero?
Pero de aquel dÃa en adelante Sir Gato empezarÃa a asimilar la idea de cuidarse un poquito más para retomar la carrera con Gato Errante, y quizás, solo quizás, llegar a vencerle.
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Este es el relato que presenté al concurso de EXE Fitness.
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