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Llevé una vida tranquila, hecha de viajes y dedicada a los demás; recorrí el mundo entero, y en vez de sentirme pequeño y sabio, me volví incrédulo y arrogante. Empecé a impacientarme. Quería que se hablara de mí, que se me recordara, así que me encerré en mi nuevo hogar y dormí durante muchos, muchos siglos. Al despertar, supe que la hora había llegado.
Volví a la civilización y me limité a comprobar la repercusión que había causado en la Historia. ¿Se hablaría de mí a los niños? ¿Habría libros escritos contando mis viajes y mis enseñanzas? No podía evitar aquellos sentimientos encontrados.
Desagradable sorpresa fue ver que nada se había alterado tras mi desaparición. En algún momento de las vidas de los mortales mi leyenda había sido olvidada, y no tardé mucho en comprender que en realidad nunca fui algo parecido, sino un pobre hombre con la ambición desatada.
Pasaron muchas cosas después de aquello, tantas que apenas las puedo recordar. El deseo de ser inmortal se desvaneció completamente. Estaba vacío. Cometí el error de enamorarme varias veces, y no solo de mujeres y hombres, sino de lo que me rodeaba: el florecimiento de un bosque, el nacimiento de un niño, la sonrisa de un anciano. Todo ello relampagueaba mi mente. Aprecié esos pequeños instantes y me odié no poder recordarlos después. Mi vida había dejado de tener sentido.
Así que por primera vez en mil años, lloré. Era tanta la tristeza que sentía… Quería volver a ser un hombre corriente. Notar el paso de los años en mi cuerpo, arrugarme, hacerme pequeño y sentirme grande por haber vivido tanto. No al revés.
Lamentarme nunca me sirvió de nada. Removí cielo y tierra hasta encontrar al hombre que me había maldecido sin quererlo. Lo encontré donde la última vez, y al igual que yo, no había cambiado nada. Al verme, sonrió. Esperé que me llevara de nuevo a su hogar y me borrara el tatuaje, pero no lo hizo. En su lugar me dijo que él no podría deshacer nada, que debía encontrar lo que yo había perdido. «¿Y qué he perdido?», recuerdo que le pregunté. «El tiempo» fue lo que contestó.
No me dijo cómo encontrarlo, pero me aseguró que no había nada que no pudiera lograr.
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Esto es parte del prólogo de una vieja historia que algún día terminaré, "El tiempo al revés"